martes, 29 de diciembre de 2015

Y Baila para ti

Digamos que esto es ficción, algo raro, no sé. El caso es que ella está ahí sentada, frente a mí. Miro el fondo del vaso como si hubiera algo más interesante en él. Obviamente no. La dejo que siga bebiendo hasta que esté tan borracha como yo, para parecer menos estúpida. 
No soy inocente, lo sabe, se nota. Tampoco se molesta en preguntarme qué pienso de la música. A mí me gustaría que sonara algo de rock. Que ella se mueva a descompás y descoordinada, y que dejara de morderme el labio cada vez que me besa. Tiene un sabor amargo, mezclado con el ácido del limón. Hablando de limón, me gusta cuando bebe tequila, esnifa cocaína y fuma hachís. Se llama María. ¿Demasiadas coincidencias? Que pena no creer en el amor... Todavía intenta reconstruirme sin saber que no estoy rota. Nací así y seguro que ella es igual de libre, o eso espero, no me gusta cómo lucen sus alas atadas. Aunque ahora mismo, nada me importa más que ver el botón desabrochándose por sí solo. 
Lo más parecido que siento a enamorarme son las ganas de meterme entre sus piernas. Demasiado romántica la canción de ahora. Parece que el tiempo pasa rápido y se detiene, me estampa contra el aire condensado de este bar bohemio. Creo que eso es un efecto de las drogas. Como sea, ¿vamos al baño? Se te ha corrido el rímel, deja que te ayude, súbete la falda, aprieta los labios, cierra los ojos y baila. Baila para tí.

domingo, 25 de octubre de 2015

Cuando se silencia la mente.

A mis dieciocho años siento que estoy encerrada en una vana burbuja en la que el aire se condensa y todo el que está dentro de ella está como en el espacio: casi estático, moviéndose lentamente y con dificultad. La burbuja es una metáfora obvia de la sociedad. Una sociedad que si tuviera que calificarla, sin duda sería de ‘pasiva’.

Parece que ya no es que no les dejen actuar, es que no quieren. Empiezo a perder la esperanza de rebelión. Y no hablo de hacer lo que hizo la burguesía francesa tiempo atrás y cortar cabezas a los que, paradójicamente, se enriquecen con nuestra pobreza (que tampoco es una opción que haya descartado). A lo que me refiero es a una rebelión mental, una rebelión basada en la intelectualidad de la gente, pero claro, ¿cómo va a ser esto posible si el intelecto parece algo que está de moda esconder? Las personas cultas que viven entre nosotros, al fin y al cabo, no sirven de nada. Se han convertido en cabezas compactas llenas de conocimientos que se usan sólo como método de distinción, para decir que forman parte de un círculo selecto. Nosotros necesitamos mentes activas. Mentes que muevan, que agiten, que pongan el sistema patas arriba con nada más y nada menos que con ideas, porque la ideología es como un tanque de guerra, la ideología se contagia y la ideología aplasta a otras. De esta manera, la que tenga la supremacía va a ser la de la clase que domine, que actualmente viene a ser el grupo de mayor nivel económico. Es esto lo que tiene que cambiar. No voy a hacer referencia a la ‘casta’ que está tan presente en los medios, pero sí al pueblo, entendiendo este como humilde, trabajador y como el que realmente sufre la crisis que, más que económica y política, es una crisis moral. Por eso es necesaria una revolución intelectual, porque los valores morales, la ‘ética’ usada en la peor de sus vertientes, es lo que ha llevado a la corrupción de la que tanto hablan.

La gente hace bulla, de vez en cuando, sí. Pero no la suficiente. Tenemos que levantarnos de la silla, del sillón, separarnos de la pantalla del ordenador, del maldito móvil. Tenemos que dejar de quejarnos por las redes y escupir reivindicaciones en la calle.

Hay quienes piensan que con algo tan poderoso y peligroso como la huelga no se logra nada. Sería cómico que mujeres como Carmen Karr o los obreros del siglo anterior se topasen con ellos. La realidad es que sí que se logra, tal y como lo hicieron nuestros antepasados. El problema está en que se ha perdido el verdadero sentido de la protesta, la consciencia de que las cosas van mal está ahí, pero sólo se oyen susurros y de pocas bocas, no las suficientes como para convertirlo en un grito conjunto o, más bien, en una idea común, en el motor que mueva el carro. Puede que esta falta de unión sea consecuencia del individualismo que caracteriza a la sociedad postmodernista, en la que la competitividad y la búsqueda frenética de ser reconocido como ‘el mejor’ es lo que ha dado lugar a la fragmentación. Hay un ejemplo muy gráfico de esta situación: si cogemos un lápiz e intentamos partirlo, el lápiz se romperá fácilmente y con apenas esfuerzo. Sin embargo, a medida que vayamos sumando lápices, más difícil será romperlos.

El ser humano juega, en este caso, con ventaja: no somos lápices, no somos inertes, somos seres capacitados, inteligentes (a excepciones de los estúpidos). ¿Qué nos impide, pues, hacer que nuestras mentes de una vez hablen?

miércoles, 7 de octubre de 2015

Poesía y tú


Siempre me gustó la literatura
sobre todo si está escrita en tu piel,
aunque la curva que dibuja tu cintura
es imposible plasmarla en papel.
¿Qué tal si quedamos un día,
entre cubatas, tinta y pincel
y fumando esa hierba barata,
esa que te hace impura y me mata,
me enseñas a volver a ser?
Porque contigo no padezco,
porque tus movimientos me arrebatan
y la cuerda que un día dolió, desatas
como mi locura por tu desnudez.

jueves, 3 de septiembre de 2015

Superficialidad y otras esclavitudes.

Hoy me veo obligada a escribir esto. Para compartirlo con todxs y para ver si así hago un poquito de ‘autoayuda’ y me lo meto en la cabeza de una vez.
Con todo el tema del ‘bodyshaming’ a la orden del día, ya sea por lo del famoso ‘#dontjudgechallenge’ las campañas de ‘tallas grandes’ o la moda del ‘tigh gap’ y demás; tenemos bien caliente esto de cánon y complejo.
El caso es que el cuerpo de la mujer siempre ha sido una especie de fetiche en todas las culturas. Por eso somos las que más nos machacamos con respecto al físico.
Intentaré ser clara. Aviso de antemano que el contenido feminista va a ser obvio. Si eres un closeminded/machirulo, cierra ventana y gracias por venir.
No me voy a remontar a siglos pasados porque esto quedaría demasiado extenso, pero hagamos un repaso de distintas culturas (las más populares) y su idea de belleza en el sexo femenino:

         Asia: mujeres no muy altas, más bien de pequeña o mediana estatura y tez clara. Anteriormente, en países como China, se usaba vendar el pie de las niñas para que lo tengan pequeño; resulta que esto era femenino (y machista a más no poder). Las mujeres caminaban a pasos diminutos. Aún perdura esta costumbre en señoras de avanzada edad. En Tailandia sigue existiendo una práctica peor aún, los collares de anillos para alargar el cuello (seguro habrán visto alguna foto por ahí).

Revisión cultural: ¿por qué querrán que los pies sean pequeños si  eso no es para nada funcional?. No es ningún secreto el 'gran' aprecio que tienen a las niñas en China, por lo visto tampoco quieren que caminen mucho para que no se alejen de casa, la vida doméstica y su marido. En cuanto a los collares de Tailandia, me limitaré a comentar que corre riesgo la vida de la propia mujer. Las vértebras, al ser alargado artificialmente el cuello, se rompen. Sólo basta con quitarles el collar para matarlas. ¿A eso le llaman belleza?.

        Europa:  mujeres más bien altas y tez ni muy pálida (lo siento por las nórdicas) ni muy morena. Aunque varía mucho según el país, en general tienden bastante a la idea de ’90-60-90’ y a la delgadez. Como en Occidente el nivel económico es más alto, tienen la posibilidad de pagarse liposucciones, cirugía facial, prótesis mamarias,etc. También hacen esas dietas (como la Dunkan) hiperextremas en las que las comidas se reducen a agua y alimentos bajos en calorías. Ah, y el fitness que no falte.

Revisión cultural: el '90-60-90' si no lo tienes por constitución vas jodida. Tiene gracia eso de que aún teniendo dinero se den ‘el lujo’ de pasar hambre comiendo aire. El gimnasio no está mal, pero eso de ‘fitgirl’ y ‘bodybuilding’ ha hecho MUCHO daño.  Demasiadas cuentas de fitness con cuerpos esculpidos por Miguel Ángel en Instagram.

      Latinoamérica: curvas exuberantes (mucho trasero, mucho pecho, poca cintura) basadas en la imagen idílica de la brasileña. La tez, morena. No he conocido ninguna práctica extraña. Pero nací en Latinoamérica y por propia experiencia he notado una mayor exigencia hacia lo femenino . Un claro ejemplo son los cientos (y malditos) certámenes de belleza. En Colombia y Venezuela se acentúa más el deseo de ser la de mejor físico.

Revisión cultural: enseñar menos a ponerse guapas, demasiada importancia sinsentido a  que te quepa el vestido del concurso porque si no  es así estás ‘demasiado vaca’ y no vas a ganar. Los libros en la cabeza para saber caminar con tacones : ¡NO!. El libro dentro de la mente: ¡SÍ!. Que no luce por fuera pero enriquece por dentro. Y luego nos reímos porque Confucio fue el que inventó la confusión.

        África: la tez negra, por condición de raza, supongo. Nos pasamos al otro extremo en cuanto a Occidente, ya que en algunos países cuanto más peso tenga la mujer, mejor (es señal de un buen estatus social). En otros es símbolo de belleza llevar la cabeza rapada, según he leído se debe a una costumbre en la que el hombre le cortaba un mechón a la mujer para ser su ‘dueño’ de por vida.
      
    Revisión cultural: demasiadas tribus que maltratan a la mujer por cultura. Como los toros en España, vamos.Quizá es donde más extrañas sean las prácticas y también donde más se sufra físicamente ya que se convierten en auténticas esclavas de su hombre.

        Necesito parar porque de verdad que me enerva y no quiero echar espuma por la boca.
        Desde pequeñas se nos exige hacer, vestir, decir ‘esto y lo otro’ con el único objetivo de gustar al hombre.   De ahí la competencia, la rivalidad entre mujeres. Nos preocupamos por el papel que nos envuelve no por amor propio sino porque nos importa más gustar al que nos mira que a nosotras mismas.
      Somos envidiosas de aquellas que tienen buen físico o de las que triunfan y en lugar de alegrarnos, buscamos el fallo.
          La culpa no es de la mujer. La culpa es del patriarcado. Y como ninguna nace deconstruída, tenemos que ir aprendiendo poco a poco a apoyarnos las unas a las otras y no a hundirnos como nos enseñó la sociedad.

Deberíamos:
  1. Querernos.
  2. Aceptar nuestro cuerpo.
  3. Cambiarlo a nuestro antojo si se nos antoja, no por los demás.
  4. Dejar de tener miedo a la talla 38.
  5. Dejar de envidiar lo que no es sano.
  6. Dejar de decir que hay que bajar de peso ‘por salud’ (excusa barata).
  7. Empezar a aceptar que ‘gorda’ no es un insulto.
  8. Pensar que gorda y guapa sí son compatibles.
  9. Querernos (sí, otra vez).